Pues resulta que el Sr. Mario Draghi –presidente de ese Banco Central Europeo que tanto interés tiene en nuestro país desde que estalló la crisis– se ha dignado a concedernos una visita al Congreso el 12 de febrero, tras la insistencia de sus señorías diputados, pero, eso sí, imponiendo “algunas limitaciones” al regalito de su presencia.
Las condiciones que Draghi exige para comparecer ante el Congreso son las mismas que ya se dieran cuando se personó ante al parlamento alemán:
– Que se desarrolle a puerta cerrada: sin presencia de público ni prensa, pues desea estar a solas en la intimidad de los grupos políticos con representación en la cámara.
– Que no haya registros audiovisuales: no se podrá grabar ni retransmitir lo que ocurra durante su comparecencia.
– Que no haya ni transcripciones ni actas: no sólo no podrá grabarse sino que los dedos rápidos de ningún taquígrafo podrán tomar nota y, además, tampoco existirá un documento escrito posterior que, por acuerdo, dé fe de lo tratado.
Según estos puntos, será imposible para la ciudadanía conocer la intervención íntegra (completa y fiel a sus palabras, se entiende, de la integridad de Draghi nada podremos saber) del presidente del BCE, que durará, también por exigencias de (su) guión unos veinte minutos, tras los cuales, Draghi, muy amablemente, se prestará a responder a los diputados en una ronda de preguntas que finalizará al cumplirse una hora y media exacta desde la aparición en escena del personaje estrella.
Cómo se tomarían los alemanes semejante ocultismo lo desconocemos, pero la respuesta del pueblo español ante este festival de la turbiedad no se ha hecho esperar y ya desborda las redes sociales.
La indignación española no sólo se enfoca, en este punto, hacia los caprichos de Draghi, se dirige principalmente hacia la Junta de Portavoces de los grupos parlamentarios que han consentido sin rechistar en aceptar todas las condiciones oscurantistas de este individuo. Según fuentes de esta misma Junta de Portavoces, ninguno de los grupos ha puesto inconvenientes en el momento en el que les ha sido comunicado. Nos queda esperar cruzando los dedos que, al menos por parte de algunas formaciones políticas, tan sólo se deba a una demora porque han de debatir el tema previamente a una oposición, y aún hayamos de tener noticias de estas formaciones al respecto.
Lo que se pretende, en resumidas cuentas, es traer al economista italiano de donde tenga a bien encontrarse en ese momento hasta Madrid con un viaje y una estancia de primera categoría pagados con dinero público, y que este señor acuda al Congreso, la casa del pueblo español, teóricamente pública, para una reunión privada con un número reducido de personas pertenecientes a un número reducido de partidos políticos que han tenido la suerte de ser bendecidos por la Ley D’Hondt.
Una reunión privada, secreta, oscura y velada para el pueblo español en su propia casa, a costa de las arcas del pueblo español. Lo que suele entenderse coloquialmente por, además de ser acompañante, poner la cama.
Si tan íntima y privada es esa reunión, ¿por qué no se celebra en cualquier hotelito de cinco estrellas de los muchos que abundan en Madrid y a costa de los participantes?, se pregunta la población. Así podrían también, ya de paso, bromear entre gamba, cava y taquito de jamón de la tierra en un ambiente más acogedor y distendido, donde decidieran con total tranquilidad e impunidad sobre nuestro futuro sin tener que usurparnos para ello, además, la casa, la cama y la despensa.
En definitiva, de lo que ocurra dentro del Congreso sólo podremos saber una vez haya acabado la sesión y por la rueda de prensa que se celebrará después, a través de lo que los medios de comunicación deseen transmitirnos de lo que el Sr. Draghi y nuestros políticos deseen transmitirles a ellos.
Se oyen piar pajaritos con las intenciones de algunos diputados de ir retransmitiendo el sarao en tiempo real a través de las redes sociales mediante mensajes de Twitter, lo que sería posible suponiendo que el italiano no incluya una nueva restricción que obligue a sus señorías a dejar teléfonos móviles y chicles antes de acceder al hemiciclo. Pero, posible o no, ¿qué circo es éste en el que se impide la entrada a la prensa y donde los diputados han de convertirse en periodistas chateros para informar a la ciudadanía?
Es más, estas informaciones por medio de tweets tan sólo podrían considerarse como meras opiniones, y a tantos partidos políticos, tantas opiniones distintas. Quienes se sientan con representación parlamentaria por lo votado, fíense si lo desean de lo que les vaya llegando entre pío y pío; quienes ni siquiera se sientan representados -ya por decepción, ya por trampas de la ley electoral vigente- y deseen poder hacerse una opinión propia de primera mano, olvídense: la danza de los siete velos ya se ha puesto en marcha, una vez más, para evitar la mínima transparencia que lo haría posible.