
La reciente petición de Santiago Abascal, líder del partido Vox, de «hundir un barco de negreros» al referirse a la nave humanitaria Open Arms no es una simple declaración. Es la manifestación de una enfermedad social, un síntoma de la regresión ideológica que confunde la semántica con la moralidad. Esta retórica, que deshumaniza a los seres humanos para justificar un acto de violencia extrema, merece no solo nuestro rechazo, sino un análisis incisivo desde la raíz de nuestras filosofías.
Desde la perspectiva del Análisis Histórico del Modo de Producción, el discurso no es un error, sino una herramienta para la conquista del poder. El pensador Antonio Gramsci, en sus Cuadernos de la cárcel, nos enseñó que la dominación no solo se ejerce con la fuerza, sino a través de la hegemonía cultural. La retórica del odio contra el inmigrante no es un simple slogan; es una estrategia para ganar el control de las ideas, desviando la frustración económica hacia un enemigo externo y construyendo un consenso reaccionario que consolida el poder de los que ya lo tienen.
Esta retórica es un ejemplo perfecto de una visión del mundo mecanicista en su forma más negativa. No es producto de la razón, sino de una lógica predecible y sin conciencia. La mente del que lo pronuncia opera bajo un determinismo que el matemático Pierre-Simon Laplace describió en su «demonio»: una serie de causas y efectos que llevan inevitablemente a una conclusión sin alma. Es un acto de pensamiento automatizado que carece de empatía, reduciendo la complejidad de la vida humana a una simple fórmula de odio.
Finalmente, la propuesta de hundir un barco lleno de personas es, en esencia, la antítesis de nuestra filosofía vitalista. No busca la vida ni la creación, sino la destrucción. El filósofo Friedrich Nietzsche, en su concepto de la voluntad de poder, nos mostró que la vida se afirma a través del crecimiento y la superación de obstáculos. La fuerza de los refugiados en el Open Arms es un testimonio de esa voluntad de vivir; la retórica que busca su destrucción es una manifestación de una voluntad de poder débil y resentida.
Por ello, nuestro deber no es solo condenar la declaración, sino exponer la podredumbre intelectual, social y moral que la hace posible. En la lucha por la libertad, la humanidad y la razón, no puede haber lugar para el discurso del odio.