

En los últimos tiempos ciertas revelaciones sobre la filtración de datos entre las redes sociales, los grandes buscadores y los servicios de inteligencia han sembrado las dudas sobre la verdadera existencia de la privacidad y las libertades individuales.
Un año antes del 11S una comisión de expertos de alto nivel del Congreso de EE.UU lanzó una serie de recomendaciones sobre el terrorismo que mermaban seriamente las libertades civiles. Para evitar posibles ataques terroristas, los expertos (que incluían un ex director de la CIA) sugirieron «suavizar» las restricciones a las escuchas telefónicas y aumentar la vigilancia sobre los estudiantes extranjeros.
En aquellos días, la conservadora Fundación Legal Lincoln, entre otras, calificó el «remedio como peor que la enfermedad», argumentando que tales amenazas no justificaban una suspensión de los derechos constitucionales. En todo caso, la mayoría de la población apenas notó la diferencia e, incluso si lo hubieran hecho, es poco probable que expresaran su preocupación por las implicaciones de más escuchas telefónicas o del espionaje a personas sobre las que no había ninguna acusación. Después de todo, el problema era el terrorismo. Desde entonces, a pesar de la preocupación estadounidense con la privacidad individual, la vigilancia de la vida cotidiana se ha vuelto tan omnipresente que es difícil resistirse a este aparato intrusionista (Cámaras de video colgadas alrededor de bancos, aeropuertos, hospitales, cajeros automáticos, tiendas, autopistas, vestíbulos y ascensores) .
La Agencia de Seguridad en el Transporte norteamericana ha anunciado recientemente que va a ampliar los registros para cubrir los trenes, autobuses y conciertos. En líneas generales, la población estadounidense se manifiesta más segura con las cámaras de observación en calles, locales y aparcamientos. Hay quejas sobre la recopilación de los datos en Facebook, y algunos consumidores se oponen a que se obtenga información sobre las preferencias de compra de sitios web y tiendas, sin embargo, la mayoría lo considera aceptable y relativamente inofensivo.
Según palabras de Bill Gates (Microsoft), las computadoras pronto podrán analizar fácilmente las grabaciones de vídeo masivas para encontrar a una persona o actividad particular. En su libro The Road Ahead (1995), Gates ya prevé, sin recomendarlo directamente, una cámara en cada farola. «Si la alternativa es quedar a merced de terroristas o delincuentes, lo que hoy parece como un «Gran Hermano digital» algún día podría convertirse en la norma.», escribió. Según el mismo Gates millones de personas optarán por llevar «una vida documentada», manteniendo un archivo de audio, una grabación de vídeo o un escrito de sus actividades cotidianas.
Una vez considerada la amenaza de intrusión, la vigilancia ha pasado a ser una forma de entretenimiento. Mediante Internet, son millones las muestras de orgullo on-line basadas en mostrar imágenes y detalles de la vida privada. Miles de personas muestran su interés y disposición a ser vigilados las 24 horas del día por cámaras y audiencias de televisión. Son múltiples los «reality» de televisión que muestran concursantes entregando voluntariamente su vida privada con la esperanza de ganar fama o fortuna; todo ello rodeado de un halo de estudio sociológico de grupos que en realidad promueve un «voyeurismo» que indirectamente socava las objeciones a estas formas de vigilancia y desdeña otros estudios sociológicos de mayor precisión y calidad.
En el pasado, las preocupaciones acerca de la privacidad se centraron en las actividades del gobierno. La Cuarta Enmienda de la Constitución de los EE.UU. proporcionó protección contra «registros e incautaciones irrazonables» del Estado, y sentencias del Tribunal Supremo de Estados Unidos han sugerido que puede haber un derecho constitucional que impida al gobierno invadir la privacidad.
Pero hay poca protección sobre las nuevas tecnologías y la espectacular expansión de la vigilancia privada, añadida al consentimiento público del «hermano mayor» para protegerse de la delincuencia o conseguir diversión, hacen que sea más difícil establecer restricciones a la invasión de la privacidad. El mayor problema puede que no sea la vigilancia convencional (un dispositivo de espionaje instalado con una orden judicial, o un policía con una cámara), sino más bien el uso indiscriminado de vídeo y otras herramientas, así como las implicaciones para la manipulación de la conducta humana.Las personas que saben que son, o que pueden ser, vistos terminan actuando de manera diferente.
Aprovechando esto y a través de una combinación de diseño y acción comercial, las empresas están «inyectando» la vigilancia a la teoría de Skinner para crear una nueva y poderosa forma de condicionamiento.
En nombre de la eficiencia, los empleadores utilizan cámaras y programas de seguimiento para controlar y moldear empleados. En nombre del entretenimiento, las cadenas de television ponen a personas en una «pecera competitiva», promoviendo la idea de que exponer completamente sus vidas es un privilegio y que su comportamiento puede dar lugar a compensaciones económicas o fama aun no siendo el «ganador».
Hasta hace muy poco, el hecho de que las agencias de inteligencia de los EE.UU., Inglaterra, Canadá, Australia y Nueva Zelanda utilizasen un sistema de satélites y computadoras para controlar casi todas las comunicaciones electrónicas en el mundo apenas se percibía como un problema. En cualquier caso, todos estamos siendo observados. Cuanto más aprendemos a participar en el «espionaje» , menos inusual nos parece. Ser visto puede proporcionar un sentido superficial de la seguridad, así como ver a otros puede ser excitante y divertido. El problema es que también socava la naturalidad para actuar auténticamente, mientras adormece tanto al observador y al observado sobre las amenazas ocultas que se plantean sobre la libertad y un desarrollo saludable de la personalidad.
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