Feminismo vegano: La negación radical de la biología, cultura y economía masculinas

Según los datos de los primatólogos, en las manadas de monos la caza de carne apenas representa un 10% de su dieta en el mejor de los casos, requiriendo un gran aporte energético que apenas lo hace rentable en términos de especie.

Sin embargo, cuando los machos de la manada se aprestan a la caza, se suceden una serie de rituales de apareamiento y jerárquicos con el sentido evolutivo de que los machos más aptos se reproduzcan.

Las primera división del trabajo entre los homo-sapiens fue entre cazadores y recolectores, y principalmente entre cazadores y recolectoras. Podemos saber con los datos de los que disponemos actualmente gracias a los estudios primatológicos, que el propósito de la caza no era rentable en términos energéticos, sino que tenía un propósito jerárquico para la reproducción de los machos más aptos y que recaía en las recolectoras la función principal de alimentar a la tribu con los vegetales recogidos. Así, la primera división del trabajo no sería tal, sino que sería precisamente la emancipación del hombre de este y la recaída de toda la carga de trabajo en las recolectoras. La caza serviría como presente del macho alfa a las recolectoras, como demostración de fuerza y capacidad reproductiva pero su aporte energético sería despreciable.

De ahí derivan las primeras formas de arte humanas masculinas para impresionar a la mujer y cohesionar la jerarquía, estaban destinadas a explicar de forma exagerada los entresijos de la caza.
Es cuando aparecen los primeros “dioses animales” que completaban el ritual de apareamiento basado en las correrías masculinas, tratando de dar una importancia desmesurada a una actividad que era fuente de enfermedades por un lado y poco rentable en términos energéticos, aunque vital para la sociedad masculina paleolítica, que a través de ella construía su jerarquización, su violencia y su reproducción sexual fuera de la tribu, así se producía, por un lado, diversidad genética y, por otro, reproducción de los más aptos.

Así fue cómo lo que llamamos primera división del trabajo más bien fue la emancipación masculina del trabajo; como dice el mito de la Biblia: mientras Eva recoge frutas y trabaja para toda la tribu, Adán se dedica a poner nombres a las criaturas, en lo que sin duda fue un paraíso masculino del que Eva quiere salir cuanto antes.

Sabemos que la primera esclavitud es de la mujer, por la fosas encontradas en las reyertas entre tribus paleolíticas podemos intuir que las luchas eran entre hombres y el trofeo eran las recolectoras que proporcionaban un mayor aporte calórico a la tribu. La sexualidad, al contrario de lo que se piensa, es probable que quedara en un segundo plano, lo principal en el rapto de mujeres y el asesinato entre hombres sería la capacidad de trabajo de la mujer como recolectora y su aporte calórico, así como su capacidad autoreproductiva, la muerte de hombres en las reyertas además generaba mayor riqueza, excedente alimentario y la eliminación de los menos aptos. .

Con el neolítico llega la escasez de alimento, el hombre debe arrimarse hombro con hombro a la mujer en la labor recolectora y generar la ganadería, esta vez las condiciones son duras y ambos se ven abocados al trabajo de la tierra. Con la Edad de Bronce y Hierro empieza la era de la esclavitud campesina a los hombres violentos poseedores de las armas, que acumulan en base a la violencia trabajadores y trabajadoras de la tierra y multiplican su capacidad reproductiva. De la acumulación de campesinos y campesinas y del robo de sus excedentes llegaràn los primeros imperios como Sumeria o Egipto.

Hoy en día nuestra organización social no dista mucho de la egipcia, aquellos países que se han especializado en cultivar la tierra y venden su fruto son azotados por interminables guerras y por la pobreza por los países especizados en el monetarismo, la guerra y el bajo aporte calórico, los jornaleros y jornaleras de la tierra carecen de derechos en todos los países de la tierra y los cultivadores de nuestro alimento migran recibiendo malos tratos, esclavitud o, en el mejor de los casos, salarios de miseria de unos países a otros, como objeto de conquista por manadas de hombres armados que ponen como escaparate su opulencia y su capacidad de defensa para la acumulación de campesinos y campesinas a su servicio, para provocar un muy deseado “efecto llamada” o “efecto huida” según dispongan. Dicho de otra forma, los países especializados en el monetarismo,la cultura, la ciencia y la ciencia de la guerra los pastorean con miseria y superioridad tecnológica, mientras reducen su aporte calórico a la reproducción de la especie.
Así es como la sociedad homo sapiens inventa nuevas formas de reproducir la violencia contra los recolectores y recolectoras de todas las naciones, mientras por otro lado crea nuevas formas de cultura y economía para disimular su nulo aporte calórico a la especie para su reproducción.

Es por ello que el feminismo vegano crea tanta controversia, burlas y odio social, puesto que constituye una negación profunda de la masculinidad en su esencia, es un órdago desde lo personal de muchas mujeres al proceso masculino en lo biológico, en lo cultural y en lo sexual.

La unión entre carne y masculinidad no es invento de las multinacionales y la cultura, es la identidad intrínseca biológica masculina que genera sus jerarquías, la cultura masculina solo la refleja, es por ello que el feminismo vegano se configura no sólo contra los palos del patriarcado, sino contra sus premios, de forma radical rechaza aquel primer intercambio de carne por vegetales que no era satisfactorio para las recolectoras, de ahí se deriva la para muchos y muchas incomprensible (no para mi) reacción burlona y violenta de la masculinidad en su conjunto hacia el feminismo vegano.
Es por ello que el feminismo vegano y sus modelos de pensamiento constituyen la punta de lanza de una guerra no solo de la opresión de la mujer por el hombre, sino también del hombre por el hombre. La mujer feminista vegana parte de la negación, del “prefiero no hacerlo” de la negación del esfuerzo masculino, de la negación no solo de sus malas intenciones, sino también de las buenas.
Es la negación radical.
A.R. Tiro

>