
Mientras se celebra su supuesta unidad y democracia, la Unión Europea se asemeja cada vez más a una nueva encarnación de un viejo fantasma: el del imperio. No con legiones, sino con directivas; no con espadas, sino con monedas. Desde la perspectiva de nuestros análisis históricos, este nuevo orden no es una utopía de libre comercio, sino la versión post-moderna de una estructura de poder centralizada, gobernada por una nueva forma de dominación.
La «pax europea», al igual que la histórica «pax romana», se basa en la homogeneización cultural y la integración económica bajo una estructura burocrática. Se busca eliminar la fricción entre los pueblos en aras de un bien común que, a menudo, es la estabilidad financiera y el control centralizado, no la autodeterminación popular.
En nuestro análisis sobre cómo una nación consigue la hegemonía, llegamos a la conclusión de que la inteligencia financiera es la nueva forma de poder. La Unión Europea lo demuestra. Como el filósofo del materialismo histórico Karl Marx argumentó en su obra El Capital, las fuerzas económicas son las que, en última instancia, dictan la dirección de la historia y crean superestructuras para legitimar el control del capital sobre el trabajo. Es un imperio mecanicista, un sistema sin alma que, al igual que el «Leviatán» de Thomas Hobbes, reduce a las personas a meros engranajes y a las economías a piezas de un gran motor que se mueve al ritmo de los mercados, no de las personas.
Frente a este vasto engranaje, nuestra filosofía vitalista nos ofrece un camino. La verdadera fuerza de un pueblo no reside en su PIB, ni en la homogeneización de su cultura, sino en su voluntad de resistir y su capacidad de crear. Como escribió Henri Bergson en La evolución creadora, la genuina Filosofía de la Libertad se rebela contra la frialdad de los números y la tiranía de la burocracia. Es el espíritu de la autodeterminación y la singularidad de cada pueblo, su derecho a ser diferente y a vivir fuera de un sistema diseñado para el control.
Este artículo es un llamado a la conciencia de que no podemos permitir que el pasado se repita en una nueva forma, más sutil y quizás más peligrosa. El fantasma del imperio es una realidad, y la verdadera libertad exige que lo enfrentemos con nuestra propia fuerza vital.