Empezamos esta sección PostLGTBI preparándonos para lo que nos espera.
Hoy mismo le preguntaba a una querida amiga (de derechas, no me cabe duda, pero a la que quiero porque está ahí cuando la necesito) que esperaba que, siendo mujer, con una hija y un mejor amigo homosexual, no hubiera votado a “ese partido facha del que usted me habla» (prefiero usar sus siglas lo menos posible).
He recibido la callada por respuesta, así que me he acogido a aquello de ‘callar y otorgar’. Si lo hubiera reconocido, la habría seguido queriendo igual pero al menos hubiera sabido a qué típicas excusas se habría acogido: “es el único partido que defiende que la mujer pueda elegir”, “las feministas no representan a todas las mujeres”, “no están en contra de los homosexuales sino de los grupos de presión”, etc…
Así que vamos a enumerar lo que ya han intentado hacer y lo que se nos viene encima, que se reduce básicamente en: hacernos «invisibles» y en derogar o impedir la aprobación de leyes que nos protegen o que nos puedan proteger.
Para hacernos invisibles, suelen recurrir a aquellas cosas que escuchábamos en la infancia y nos hacían tanto bien como: «No hay que meterlos en la cárcel como hacia Franco, pero tampoco hace falta que me los enseñen por la tele», y para abanderar eso, qué mejor que recurrir a una mujer, a una madre, a ese ser que antepone su amor maternal cual virgen María hacia todos los demás, representada en este partido por Rocío Monasterio.
Ya tuvo un papel importante en aquel autobús homófobo de aquella «asociación ultra católica de la que usted me habla» en 2017, y el pasado junio volvió a tener un papel importante pidiendo que el orgullo se moviera a la Casa de Campo, lejos, donde no molestan (quizás no son homófobos, sólo son ordenados). O sea, la gente decente en el centro, camino de misa, y ellos, allá, en el campo.
Que un autobús diga mentiras desde el punto de vista biológico, psicológico y médico no es problema, que usted encuentre a hombres y/o mujeres besándose por la calle es una molestia. Según los argumentarlos que publicó este verano, el «Orgullo es un aquelarre»,» impregna el centro de la ciudad de “un hedor insalubre e insoportable» y «se producen escenas sexuales grotescas a la vista de las familias con niños».
Otra concejala de Villa-Real llego a decir en un pleno que son «partidarios de quitar las banderas y panfletos de gays y de lesbianas porque cada uno, su orientación sexual, en su casa y en su cama».
Otra de las medidas que ya ha intentado este partido poner en marcha en las comunidades que cuentan con su apoyo es la implantación del «pin parental», una medida que en la práctica supondría que los padres puedan vetar ciertos contenidos escolares. Se trata de un formulario a través del cual los padres podrán pedir información previa y consentimiento expreso a la presencia de sus hijos en clase siempre que se vayan a dar contenidos de connotación afectivo-sexual, que ya ha recibido todo tipo de críticas por parte de asociaciones educativas.
En cuanto al futuro, el principal peligro a día de hoy, es que ya pueden presentar recursos al Constitucional. La ley de violencia de género y la de matrimonio homosexual ya fueron validadas por el tribunal, pero la del aborto sigue allí gracias al recurso de sus amiguetes populares. Todavía queda por ver si formarán parte de la Mesa del Congreso, pero sí que está asegurada su mayor presencia en comisiones parlamentarias, desde las cuales se elaboran, discuten y escriben leyes.
Hay tres leyes estancadas que volverán al congreso, como la ley trans, la reforma de la Ley de Identidad de Género -que pretende cambiar los requisitos para poder cambiar de forma legal de nombre y sexo en el registro civil- y la ley LGTBI, una ley muy necesaria para garantizar la seguridad jurídica y legal frente a ataques de odio y discursos homófobos.
Por ejemplo, con esta última ley se pretende que las famosas “terapias de conversión” estén prohibidas y penadas por ley, de la misma manera que no puedes vender agua bendita para curar el cáncer. La ley pasó el primer trámite en el Congreso pero no llegó a buen puerto. Por tanto, la lucha sigue vigente, aún más ahora, por lo que no podemos bajar la guardia ni mucho menos desanimarnos.