El trabajo de cuidar a otras personas “supone una explotación estructural que empobrece” a quien lo realiza, fundamentalmente mujeres y niñas, asegura la directora del Observatorio para la Equidad de las Mujeres de la Universidad ICESI de Cali (Colombia), Lina Buchely.
Organismos como la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y el Observatorio de Igualdad de Género de América Latina y el Caribe llaman la atención sobre el hecho de que, en su inmensa mayoría, las personas cuidadoras que no reciben remuneración alguna sean mujeres, porque ello agrava la inequidad de género y la injusta organización social.
Las mujeres soportan la mayor carga del trabajo no remunerado como consecuencia de la rígida división de género que persiste en el mundo laboral en América Latina.
“Tradicionalmente, la economía del cuidado ha recogido actividades que son necesarias para el bienestar de la vida y la reproducción social de la existencia, y son las mujeres de menos recursos económicos las que realizan más cantidad de esas actividades no pagadas, no reconocidas”, apunta Buchely.
De hecho, los cálculos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) estiman que en la región las mujeres dedican un 19,6 % de su tiempo al trabajo doméstico y de cuidados no remunerado, en comparación con el 7,3 % de los hombres.
Desigualdad estructural
Los datos evidencian una brecha estructural tanto social como económica entre hombres y mujeres.
“¿Qué es lo que los hombres hacen en lugar de desarrollar trabajos como cuidadores? Pues trabajo productivo; están más en el mercado, generando riqueza y soberanía económica que les permite tener más autonomía para sus proyectos vitales”, reflexiona Buchely.
Por el contrario, las mujeres pierden esa posibilidad por dedicarse a la tarea de cuidar a otras personas, señala la académica colombiana.
La carga del trabajo de cuidados no sólo impacta en la economía de las mujeres, sino también en su salud.
“Como muestran sistemáticamente las estadísticas, las mujeres tienen cuadros de ansiedad mucho más fuertes y jornadas de autocuidado muchísimo menores”, apunta Lina Buchely.
“Los hombres duermen más que nosotras, los hombres hacen más deporte que nosotras, los hombres tienen más tiempo para reflexionar sobre sí mismos y generar redes y capital social”, añade.
Revertir la situación
El Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) número cinco, “lograr la igualdad de género”, también incluye la meta de “reconocer y valorar los cuidados no remunerados y el trabajo doméstico no remunerado mediante la prestación de servicios públicos, la provisión de infraestructuras y la formulación de políticas de protección social, así como mediante la promoción de la responsabilidad compartida en el hogar y la familia, según proceda en cada país”.
Por ello, los Estados tienen que responsabilizarse del tema, recalca la directora del Observatorio para la Equidad de las Mujeres.
“Lo que normalmente hacen los Estados como estrategia transformadora es medir el trabajo doméstico y calcularlo como un renglón de la economía”. Sin embargo, la base para revertir esta situación es “la transformación cultural”, subraya.
“Es tremendamente importante que generemos masculinidades cuidadoras y que no haya esa diferencia que viene desde los juegos infantiles, en la que las mujeres somos las cuidadoras y los hombres, los proveedores”, concluye Lina Buchely.