Los portales de los edificios han dejado de ser un lugar de paso para convertirse en una frontera inesperada, pero insalvable, para ancianos, mujeres embarazadas, inmunodeprimidos o vecinos con síntomas leves de gripe.
Sin embargo, son también el origen de redes vecinales creadas de urgencia en diferentes puntos de España para luchar contra el coronavirus. Gratis y de forma voluntaria.
«Vecino/as. Me ofrezco para el cuidado de niños/as, traer compra o medicamentos. Debemos permanecer unidos. Cuenta con mi ayuda y no salgas de casa. Sandra, 3ºY».
Este cartel figura en un edificio de la localidad de Aranjuez, al sur de la Comunidad de Madrid. Lo escribió Sandra Piñón, pero lo podrían firmar Camila, Luisa o Miguel, todos ellos dispuestos a apoyar a sus vecinos.
Lo que empezó como una idea individual, de Sandra y de más personas, se está convirtiendo en un sistema organizado, que reúne a más de medio millar de madrileños que actúan por distritos a través de grupos de Whatsapp.
En ellos explican dónde viven, qué disponibilidad tienen para ayudar y también qué respaldo necesitan.
Sandra Piñón, actriz, fue despedida el pasado lunes en el museo en el que trabajaba. Cuenta a Efe cómo, tras perder su empleo por el COVID-19 se preguntó cómo se iba a apañar y llegó a una conclusión: «Seguramente haya gente peor, menos mal que no tengo hijos».
Pensando en quienes no pueden costear a un ‘canguro’, el lunes por la tarde creó un grupo cuando se anunció el cierre de los colegios.
Lo formaban conocidos, pero rápidamente se desbordó. Cuando sumaban ya doscientas las personas apuntadas en un formulario, decidió que lo más práctico era dividirse por barrios, sobre todo para no viajar en transporte público.
En estos momentos hay grupos en barrios madrileños como Usera, Chamberí, Latina o Puente de Vallecas. Se están construyendo estos días, haciendo uso en gran medida de los colectivos organizados previamente, desde grupos feministas a ecologistas o agrupaciones vecinales.
En algunos Piñón indica cómo se han organizado hasta ahora: solo deben prestar ayuda personas que no estén en riesgo ni tengan síntomas y hay normas de seguridad para no contagiar a quienes están aislados: llamar al timbre y dejar la compra o los medicamentos en el felpudo, donde también se recupera el dinero de los recados.
En estas redes telemáticas, que se unen a las ofertas en plataformas de segunda mano o iniciativas como «Tienes Sal», algunas personas se plantean otros tipos de asistencia, como sacar a pasear a los perros de los ancianos o preparar concursos de dibujo telemáticos para los niños. Urgen tareas como imprimir panfletos para repartir en edificios y farmacias.
La dificultad ahora es llegar a quien lo necesita y no navega por las redes. «Tenemos localizadas algunas personas que las conocemos, hay mucha gente a la que no. Hay que hacer un trabajo de campo desde cero, vamos a ir portal a portal y contactando con los pequeños comercios que son los que tienen la información», explica a Efe Miguel, miembro del grupo creado en Chamberí.
Y es que cuesta confiar en vecinos a quienes apenas se conoce. Lo ha comprobado Luisa, que no ha recibido respuestas al cartel que colgó en su edificio de Carabanchel. «La gente que me tiene más confianza se ha ido al pueblo», argumenta.
Lo mismo le ha pasado a Camila, gallega y estudiante de Relaciones Internacionales, que junto a sus compañeras de piso se ofreció a cuidar a los niños de sus vecinos.
Las familias a las que conocían optaron por tirar de familiares, pero agradecieron la ayuda. El ejemplo de estas jóvenes, de 20 a 21 años, lo siguieron algunos de sus coetáneos.
«Es un paso en la dirección correcta, tocar a la puerta de tu vecino y decir que si necesita algo», apunta esta activista feminista, partidaria de dar soluciones comunitarias ante la emergencia.
Tanto ella como sus compañeras, todas de fuera de Madrid, se han quedado en la capital: «No es momento de salir, aunque no vamos a enfermar, podemos contagiar», afirma.
Rosa en cambio ha logrado sacudirse la desconfianza. Vecina de 55 años del barrio de Batán, no ha salido desde el domingo, cuando comenzó a sentirse «un poco como con gripe». Tras varios días llamando al teléfono del coronavirus, el 900 102 112. le dijeron que aunque sus síntomas eran de catarro era mejor que se quedase en casa.
«Se me han agotado ciertas cosas y he decidido no bajar», explica. Cuando habla por teléfono con Efe, Rosa está esperando que, en la tarde del viernes, una vecina que teletrabaja y con la que contactó por un grupo le deje la compra frente a su puerta.
«Tenía previsión», pero se le han agotado la leche, el pan y los limones porque combate el resfriado a golpe de infusión. Normalmente, Rosa echa una mano a su hija cuidando a sus nietos; es a los niños a quienes más echa de menos porque en casa, relata, no se aburre. Limpia, pone lavadoras y está «tranquila».
En Oviedo, un grupo de personas desde hace años da desayunos y meriendas solidarias en el Oviedo Antiguo para familias sin recursos se ha movilizado para reconvertir su actividad y seguir apoyando tanto a esos colectivos como a los ancianos que residen en esa zona de la ciudad.
Ahora, además de reforzar la entrega de alimentos, promueven microredes de solidaridad para que aquellas familias que tengan dificultades para conciliar puedan dejar a sus hijos con voluntarios que, además, se ofrecerán para ayudar a ancianos a la hora de hacer la compra o bajar la basura y evitar así que tengan que salir de sus casas.
En La Rioja, han sido los médicos jubilados los que se han puesto a disposición del Sistema Riojano de Salud para ayudar en lo que sea necesario y se han incorporado al equipo que realiza las valoraciones y el triaje telefónico, lo que permite que otros efectivos hagan las intervenciones a domicilio.
Y el Sindicato de Bomberos ha creado un grupo con los compañeros que se han ofrecido «para lo que haga falta».
Son algunos ejemplos de solidaridad vecinal, esa que aparece en las grandes crisis y que recuerda, en parte, a la reacción tras el 11 de marzo. (Agencias)