Este viernes, en los carnavales de Madrid, se representaba una obra crítica gratuita, una obra mágica capaz de trascender los límites de la realidad. Una obra, de título “La bruja y don Cristóbal”, que nos involucró a todos y que realizó, sin pretenderlo, ARTE con mayúsculas. Los dos titiriteros que llevaban a cabo la función de su teatro de guiñol no sospechaban que romperían todos los límites creativos y que su representación pronto pasaría de la del pequeño taller de marionetas a ser un sortilegio que encandilaría a todo el país.
La representación trascurría con normalidad hasta que, de repente, abandonó el pequeño teatro en el que estaba representada y cobró vida propia, en un acto mágico como el de las antiguas leyendas. La realidad entera del país se convirtió así en una función perfectamente orquestada de «la Bruja y Don Cristóbal» y los creadores de la obra rápidamente pasaron a ejercer de protagonistas.
La obra chica de la “La Bruja y don Cristóbal” procura representar, bajo las figuras recurrentes de cuentos y teatros, la “caza de brujas” al movimiento libertario que ha sufrido en los últimos años, con los montajes policiales estilo “Operación Pandora”. La obra está protagonizada por una bruja, que representa a las personas de mala fama pública, y se divide en 4 actos que corresponden a los 4 los cuatro poderes que rige la sociedad, esto es: la Propiedad, la Religión, la Fuerza del Estado y la Ley. La obra magna en la que se convirtió la “La Bruja y don Cristóbal” y que se representó en los carnavales de Madrid también se dividía en 4 actos:
El enfrentamiento con la moral/religión
En un primer momento los padres dan la voz de alarma, encarnando al poder de la moral, que en la obra se representa con la monja (en la obra, la religiosa quiere robarle el niño a la bruja protagonista, del mismo modo que los padres quieren robarle las muñecas a las personas que actúan). El histerismo se convierte entonces en enfrentamiento con los titiriteros.
El enfrentamiento con la propiedad
Luego los titiriteros sufren la represión del Ayuntamiento de Madrid (en la obra de ficción el propietario reclama el dinero de su casa a la bruja, que se ve obligada a huir después de haber sido violada y robada), que denuncia a los creadores «violando» el contrato por el cual habían sido contratados y que, además, ante la perplejidad de los protagonistas, que creíaN amigo, se une a la criminalización de los brujos titiriteros. Pero la ópera mayor de la realidad española no queda ahí. El titiritero sigue siendo llevado por sus personajes en una realidad que le obligaba a representar el papel de bruja: habían realizado un sortilegio y debían pagar las consecuencias.
El enfrentamiento con la fuerza
En ese momento aparece la policía y cuelga a los titiriteros, inconscientes del sortilegio que habían lanzado a los poderes del Estado (en la obra, el policía cuelga a la bruja, cuando esta se halla inconsciente, un cartel con el mensaje “Gora Alka-ETA con el fin de criminalizarla y aplicarle la ley anti-terrorista) un cartel que ahora ya sí dice “Gora ETA”, que no aparece realmente en la ficción, y los lleva presos como a la bruja de su obra.
En estos momentos ya sí es profundamente claro que los titiriteros han quedado clavados como muñecos en su teatro y nos damos cuenta de que a quien está deteniendo la policía es a la bruja, una bruja encarnada en los dos titiriteros que van camino de la prisión, donde les espera la cuarta parte de la obra.
El enfrentamiento con la Ley
Los arrestados son llevados a las dependencias del juez y expolicía Ismael Moreno Chamarro, quien decreta prisión incondicional para los titiriteros. Este juez es un hombre que dejó libres a tres falangistas, militantes de Fuerza Nueva, en Burgos, según informa el diario VilaWeb, sin permitir que las acusaciones pudieran apelar y contraviniendo su propia decisión anterior. También dejó libre a Francisco Paeasa, acusado de colaborar con la banda armada GAL, con una escena de película: mientras el juez Garzón investigaba a Paeasa en el piso de arriba, Moreno Chamarro le dejaba libre en el piso de abajo. Ni le avisó. En la obra de estos dos artistas, a la bruja, tras ser arrestada, le es impuesta la pena de muerte por un juez corrupto. Sin ninguna duda, habría que recomendar una modificación de la obra a los titiriteros, ya que esta se queda corta, pues faltaría añadir el enfrentamiento con el poder mediático, que ayuda al resto de poderes en la criminalización de la bruja. La realidad es una parodia de sí misma. Un hiperrealismo abrumador.
¿No es acaso “La bruja y Don Cristóbal” una obra maestra propia de Lewis Carrol, mágica y aterradora, donde la verdad se encuentra al otro lado del espejo? Desde luego, una obra capaz de realizar una representación semejante merece, cuanto menos, un respeto.