Tal y como pronosticamos, el festival Sónar no se ha dormido en esta vigésimo primera edición, ha sabido mirar hacia el futuro gracias a nuevos artistas, proyectos multidisciplinares y, sobre todo, con el Sònar+D, que ha despegado viento en popa y a toda vela.
En este congreso sobre creatividad y tecnología, enmarcado dentro del recinto y los horarios del Sonar de Día, se ha podido ver “jugueteando” con nuevas tecnologías a los que en un futuro estarán encima de alguno de los escenarios del Sónar, como comentó uno de los responsables del festival, con lo cual todo se retroalimenta. Desde nuevas apps, workshops, debates de ideas y encuentros con expertos en diversas materias a conferencias sobre cómo abrir nuevos mercados en tiempos económicamente convulsos.
Han sido todo un bálsamo de creatividad y tranquilidad dentro del frenético festival, desde máquinas hechas con madera que creaban música con su movimiento hasta el Sónar Planta, que en su primera edición ha traído una instalación de Carsten Nicolai, cuya gran caja negra de líneas puras y tonos sonoros básicos era toda una escapada a otro mundo dentro de la vorágine festivalera.
Pero pasemos a la música, que es de lo que vive el Festival, el cual ha seguido teniendo gran afluencia de público a pesar de la crisis, mundiales y otros actos multitudinarios celebrados paralelamente en Barcelona.
Como gran festival que es, la oferta es tan amplia que es una necedad convertirse en purista talibán e ir criticando que hayan programado esto o aquello, por más o menos electrónico o innovador que sea.
Cuando se tiene la oportunidad de visitarlo cada día se aprecia cómo es un Festival que va in crescendo. El jueves empezó con una vigorosa MØ que se ganó a un público que ya demostraba que venía con ganas de fiesta en estos tiempos oscuros. Le siguió un Nils Frahm que con su virtuosismo pianístico dio lo que prometía y más. También fue el mejor día para disfrutar de DESPACIO, el mesiánico proyecto (por duración) de James Murphy y 2manydjs, ya que en seguida corrió la voz de que era una experiencia única de las que, para ser cool en un futuro, se tendrá que decir “yo estuve allí”, por lo que desde el viernes fue prácticamente imposible no entrar sin sufrir largas colas.
Tras un potente Trentemøller se dio paso a una de las grandes divisiones del festival, un Plastikman cuya calidad nadie critica, pero la acogida fue fría por la gran mayoría e incluso se escuchó más de un pitido, quizás un proyecto creado para unos pijos neoyorquinos en el Guggenheim un domingo por la tarde no sea pueda presentar igual en un cierre de Sonar. Nada que objetar a la espectacularidad del prisma gigante de leds, pero lo que allí se proyectaba después de disfrutar de la brillantez audiovisual de Daito Manabe y su danza de drones parecía más un fondo virtual aleatorio de cualquier “media player” instalado por defecto en nuestros ordenadores.
El viernes empezó con un artista que los puristas electrónicos seguro disfrutaron; Pina nos llenó de sonidos experimentales rodeados de despliegue visual. Después, otro grupo “festivo” que supo traer alegría fue FM Belfast, estos cachondos islandeses se metieron al público en el bolsillo (ejemplo de lo bueno de descubrir y dejarse llevar en este festival). Simian Mobile Disco no defraudaron presentando su nuevo sonido y el cierre de DESPACIO (milagrosamente sin colas) dio un final disco que dejó la energía bien alta para empalmar con el principio del Sónar Noche.
Y vaya con el Sónar Noche. Aunque a priori era más interesante el cartel del viernes, el sábado noche es sábado noche y se notó en la mayor afluencia de público. Ninguna crítica a la distribución y organización del recinto diurno, pero cómo se nota que ya son años por la noche en el recinto ferial. Mucha gente, pero sin sensación de agobio, cantidades ingentes de personal moviéndose de un lado a otro sin apretones y con espacios donde reposar antes del siguiente chute de buena música.
Mr. K! demostró ser una muy buena apertura y el personal acabó disfrutando y bailando con ganas para dar paso a la idolatrada Robyn con Röyksopp, que ofrecieron un magnífico concierto bien diferenciado en tres partes, una para cada repertorio y una final para su obra conjunta.
Pero la gran revelación, sobre todo en el directo fue Woodkid. Este artista multidisciplinar francés cuidó hasta el más mínimo detalle de su directo, desde los visuales y la instrumentación hasta su interacción con el público: fue la única vez que yo he visto en esta edición que la organización permitiera hacer un bis debido a un público que no estaba dispuesto a irse sin un poco más, y que incluso coreó cual público del mundial la última melodía del artista.
Un demasiado suave Todd Terje consiguió crear el momento más “barbudo” del festival superando a Robyn (pero solo en eso), y el cierre de la noche dividió al público entre “RichieHawtistas” y “2manydjistas”. Ni uno ni otro defraudo pero, bueno, no dejaban de ser “viejos conocidos”…
Y al sábado noche… se le podría llamar “Fiebre del Sónar Noche”, ni los cabeza de cartel Massive Attack (impactantes visualmente pero un poco aburridos), ni la nueva ni la vieja “it girl” (Lykke Ly y Yelle respectivamente), ni el ya cansado James Murphy consiguieron el momento sublime de CHIC con Nile Rodgers. Fue un conciertazo que pasará a la historia del festival, la sensación de estar escuchando a leyendas vivas (no hay nada como la prueba del tiempo en el arte), versiones de hypes incontestables de ambos (Freak , Good Times, Like a Virgin, Let’s Dance…) y las ganas de diversión por parte del público hicieron el resto.
Y cuando ya parecía que los vibrantes e incluso por un momento “tenebrosos” Boyz Noize iban a romper la magia, va y se pone a diluviar, pero lejos de arruinar el final del festival le puso la guinda. Ver a la gente más que bailando, danzando bajo la lluvia torrencial fue toda una catarsis que acabó con el sosegado cierre de Tiga y con los miembros de la tribu esperando al año que viene para más.